“¿Cómo llegan a ser profesores los estudiantes de pedagogía en educación secundaria en Chile? La práctica y la teoría en la formación del conocimiento
profesional docente”, Margot Recabarren,
Cuaderno de Pedagogía Universitaria
Vol. 13/ no. 26/ julio-diciembre 2016/ República Dominicana/ PUCMM/
ISSN 1814-4152 (en línea) / ISSN 1814-4144 (impresa) / p. 26-35
32 • ECOS DESDE LAS FACULTADES
Esta integración, “representa la combinación adecuada
entre el conocimiento de la materia a enseñar y el
conocimiento pedagógico y didáctico referido a cómo
enseñarla” (2006, p. 74). Es precisamente esa sinergia
de saberes lo que transforma a un especialista en una
materia, en un profesor capaz de enseñarla.
La Tensión Teoría - Práctica
Si analizamos ahora el aprendizaje de los profesores y la
forma como se estructura y organiza este conocimiento,
debemos partir desde algún enfoque explicativo.
Debemos ubicar al sujeto profesor en el contexto que
este percibe y que le da sentido, en el contexto de los
procesos socioculturales que lo explican. Aprender a
enseñar, o el acto de aprender, en su sentido más amplio,
lo analizaremos desde el enfoque constructivo, como el
“proceso que implica efectivamente la adquisición de
un repertorio de conocimientos, habilidades, actitudes,
creencias y afectos construidos a lo largo y ancho del
ejercicio profesional de cualquier profesor” (Montero,
2001, p.153).
Repensar la formación fue una de las razones que
llevó a numerosas instituciones a instaurar procesos
de formación de profesores que buscan un equilibrio
entre el conocimiento producido e impartido en sus
aulas con respecto a la enseñanza y el aprendizaje y el
conocimiento que es necesario de acuerdo a lo sugerido
por los docentes en ejercicio y que es construido por
ellos en su quehacer pedagógico.
Se trata entonces de entablar un proceso de diálogo
entre la teoría y la práctica, de modo que el encuentro del
futuro profesor con la realidad educativa, propicie una
dialéctica que favorezca los aprendizajes pedagógicos.
Con ese argumento, las universidades han optado por
aumentar las horas de la malla curricular dedicadas
a la práctica y articular estas prácticas como un eje
importante en el proceso formativo, las cuáles, junto a
los procesos reexivos y de análisis instalados al interior
de las prácticas, debieran ser el espacio propiciador de
una adecuada construcción de aprendizajes didácticos,
pedagógicos y de especialidad.
A pesar de ello, la realidad habla aún de procesos poco
articulados, de esfuerzos en desarrollo, de falta de
integración en algunos casos, de algunas tendencias
asignaturistas, de espacios más bien destinados a
generar lógicas de aplicación técnica, con pocos
elementos reexivos o analíticos, que guíen un proceso
de aprendizaje desde la integración, a partir de la
consideración de los contextos, de la visibilización y
relevancia de la realidad.
Si estos elementos no se articulan adecuadamente, deja
de reconocerse que los aprendizajes más efectivos en
los futuros docentes, se legitiman cuando movilizan los
saberes enseñados hacia los contextos de la práctica.
Maurice Tardif lo expresa con claridad, “el trabajo no es
primero un objeto que se mira, sino una actividad que
se hace y, realizándola, se movilizan y construyen los
saberes” (2009, p.189).
Por otra parte, resultados de investigaciones Errázuriz
& otros, 1994; Edwards & otros, 1995, Pasmanik,
2001; Pogré, & otros, 2003; Rival, 2005; Vaillant,
2004.), “evidencian en que en la interacción profesor-
estudiante, en todos los niveles del sistema educacional,
predomina un estilo tradicional, frontal, vertebrado en
la psiquis docente casi de manera inamovible, reacio y
poco permeable al cambio”. (Ibáñez, 2008, p. 9)
Esto lo evidenciaron en su experiencia directa los
alumnos entrevistados, en este caso, un egresado:
“Por ejemplo, básicamente el profesor debe hacer
diferentes actividades con los alumnos para que
se motiven, y los profesores no hacían eso,
simplemente llegaban, explicaban, el que
entendía, entendía, y el que no ahí se quedaba.
Entonces no había una retroalimentación, no existía
esa comunicación donde el alumno le preguntaba
al profesor, porque muchas veces el alumno o el
estudiante temía dar una respuesta al profesor.
Entonces claro, el profesor llegaba, explicaba
la materia, no realizaba ejercicios o a veces nos
decía “página tanto del libro, realice.” Entonces
no había una consecuencia entre los contenidos
que él entregaba y después con las evaluaciones,
también muchas veces las evaluaciones no tenían
concordancia con lo que él había entregado en
clases”. (REP-EGR-ING-TG).
La falta de coherencia entre el discurso educativo
ampliamente declarado y aceptado, y la práctica
pedagógica es, a pesar de todas las evidencias,
un aspecto poco investigado, y a pesar que existen
investigaciones al respecto, se considera que es
preciso profundizar o ampliar estos estudios (Ibáñez,
2008). Según Korthagen, “the gap between theory and
practice has been a perennial issue” (2011, p. 32). La
investigación liderada por Nolfa Ibáñez entre 2007-2008
recoge y rearma investigaciones previas, y además
concluye que una “parte importante de los indicadores
de emociones desfavorables para el aprendizaje de los
estudiantes, desde su propia percepción, dice relación
con esta falta de coherencia”. (2008, p.10)
Los alumnos entrevistados en esta investigación lo
vivenciaron:
“…, claro te hablan de ser innovadores, de buscar
nuevas cosas, pero tú ves que a la hora de los