CUADERNO DE PEDAGOGÍA UNIVERSITARIA / VOL.17 NÚMERO 34 / ARTÍCULOS CIENTÍFICOS / PP 83-98
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que realizan y “las funciones básicas
de los profesores demandan ciertos
conocimientos, habilidades, actitudes y
valores”. Por su parte, el Proyecto Tuning es
una iniciativa de las instituciones de
educación superior que busca intercambiar
información para mejorar la calidad de las
mismas en el marco del llamado “proceso
de Bolonia”.
Para Perrenoud (2012), las competencias
no tienen una conceptualización única, ya
que las nociones de competencia, habilidad,
aptitud, capacidad son difíciles de traducir
con precisión. Competencia es desarrollar
un actuar competente y va unido a la
experiencia de vida, por lo cual, las
competencias utilizadas comúnmente son
las de resolución de problemas y toma de
decisiones.
El concepto de competencia refleja un
enfoque integrador, es decir, la misma no es
más que una dinámica combinación de
atributos que juntos permiten un
desempeño competente. Mérida Serrano y
García Cabrera (2005) señalan que las
competencias se integran de conoci-
mientos, destrezas y actitudes y que deben
permitir a la persona utilizarlas en un
determinado contexto de manera eficaz.
Bellver Moreno (2016) indica que las
competencias son transferibles a contextos
distintos de donde se adquirieron y su
desarrollo implica trabajar operaciones
mentales.
Las competencias sirven para desarrollar-
nos personal y socialmente. Forman parte
de la experiencia vital y como experiencia
de vida deben estar presentes en el aula. De
ahí la importancia de aprender por
competencias, de ser competente. Si bien
esto, también se ha revisado críticamente el
concepto de competencias. Así, Barnett
(2001) escribe sobre los límites de la
competencia. Es decir, las mismas refieren
comportamientos y capacidades para actuar
que han sido deseadas y definidas por
otros; esto, por tanto, reduce la autenticidad
de la acción humana. Según este autor, la
idea de una competencia que permita
acceder a lo impredecible es en sí misma
incoherente. En el dominio de la
competencia siempre tiene que haber un
cierto grado de predictibilidad.
Este aprendizaje por competencias es uno
de los elementos de referencia del EEES,
acordes con el desarrollo de un perfil
profesional orientado a formar personas y
ciudadanos responsables. Para conseguir
estos objetivos, González y Wagenaar
(2003) desarrollan el Proyecto Tuning, el
cual plantea como algo indispensable
trabajar las competencias de pensamiento
analítico y sintético, resolución de
problemas, aprender a aprender, aplicación
del conocimiento, trabajo en equipo y
autónomo.
Abordar la práctica pedagógica desde las
competencias equivale a centrarnos en el
alumnado como protagonista de su propio
aprendizaje (Escamilla, 2008). Esto implica
un cambio de roles, de objetivos en pro de
resultados de aprendizaje y de nuevas
maneras de organizar la acción docente
en el aula, como entienden Sierra
Arizmendiarrieta et al. (2013).
Las competencias desarrollan los distintos
niveles del saber: a través del conocimiento
teórico, el saber hacer con la aplicación
práctica y operativa del conocimiento, y el
saber ser/estar por medio de actitudes,
habilidades personales e interpersonales y
la formación de valores como elemento
integrador del modo de percibirse y vivir en
el mundo (Villa y Poblete, 2011). Además,
facilitan el aprendizaje útil y significativo y
preparan al educando para su inserción
en el mundo laboral y social. Las
competencias, por tanto, proveen a la
persona de las capacidades necesarias
para su desarrollo en el entorno donde vive
(Argudín, 2005).
En el marco de la asignatura universitaria,
específicamente Innovación e Investigación
Educativa en Primaria, se concreta esta
propuesta con el desarrollo de una serie de
competencias genéricas, las cuales son
vehiculadas a través de competencias
Asimismo, estas competencias presentan
tres niveles de logro que son: Nivel básico,
que corresponde al saber, al conocimiento
que el alumnado posee. Este conocimiento
constituiría el primer paso de la auto-
evaluación. Segundo nivel, relativo al saber
hacer. El alumnado deberá analizar, criticar,
aplicar, resolver, clarificar las cuestiones
que desde la realidad le interpelan. Tercer
nivel, en el cual el alumnado integra la
competencia en su quehacer y es capaz de
demostrar su habilidad.
La importancia que presenta el desarrollo de
estas competencias, desde la asignatura, se
centra en que el alumnado interiorice la
necesidad de investigar y de innovar para
mejorar la calidad de la educación, como
proceso y como producto. Se trata de un
proceso de reflexión y de acción desde la
práctica diaria en la vida estudiantil que se
convierte en proyección futura del trabajo
docente. Las mismas competencias que se
trabajan en el aula forman parte del
quehacer docente, es decir, tanto los
profesores como los alumnos las
construyen desde la interacción personal y
social en la vida universitaria (Domínguez
Garrido, Medina Rivilla y López Gómez,
2018).
Se trata, así, de una praxis que busca la
implicación del alumnado en su propio
proceso de autoformación, de forma que
adquirir las competencias profesionales
docentes ayudará a desarrollarlas en el
alumnado, por lo que un profesor
competente podrá desarrollarlas en su
alumnado (Rodríguez-Hidalgo, Calmaestra
Villén y Maestre Espejo, 2015).
Blanchard (2012, p. 54) sostiene que el
profesorado es competente “cuando sabe
entender las necesidades cognitivas,
emocionales, de relación de sus alumnos y
sabe cómo enseñarles para que sus
aprendizajes sean significativos, tengan
sentido”. De esta manera se prepara para la
vida, se forma en competencias, se es
competente. Si el profesorado debe formar
a los ciudadanos para que desarrollen
competencias, antes debe estar formado en
competencias, ser competente. En este
marco, la investigación e innovación pueden
contribuir a la mejora de la calidad de la
educación si se logra que el profesorado
en su formación inicial alcance las
competencias descritas anteriormente.
A juicio de Zabalza (2006), esta mejora, en
cuanto a la enseñanza, está compuesta por
los siguientes elementos: Identificación con
valores formativos clave: tiene que ver con
los conocimientos de alto nivel y con
las competencias personales, sociales y
profesionales que transcienden los con-
tendidos científicos y se proyecta sobre el
desarrollo personal en todos los ámbitos de
la personalidad; proceso formativo reco-
nocible como valioso: referido a los
programas de calidad; resultados de alto
nivel: se trata de certificar que los egresados
son competentes para el ejercicio
profesional.
Según la revisión de Herrera Torres, de
Quadros y de Quadros Júnior (2018), la
calidad de la educación en lo relativo al
alumnado depende de lo que hace, del
ambiente académico en que se encuentra
inmerso y de las situaciones de aprendizaje
que se producen. Nos encontramos ante
nuevas situaciones de aprendizaje que
aprendizaje, apoyar el uso de los datos de
evaluación para medir el logro de los
resultados designados y promover la
excelencia curricular mediante el uso de
datos y valoración para mejorar el proceso
de enseñanza y aprendizaje.
El análisis de una evaluación por
competencias siempre debe tomar en
consideración una cuestión fundamental: el
aprendizaje del alumnado. El enfoque por
competencias no abandona la importancia
que tiene el aprendizaje, al contrario, lo
pone en el centro al vincularlo con el
significado de competencia (Tiana Ferrer,
2011). Es decir, por definición, las
competencias describen los resultados del
aprendizaje, esto es, aquello que el
alumnado sabe o puede demostrar al final
de un proceso de aprendizaje.
Cabe destacar que para neurocientíficos
como Dzib-Goodin (2013a), el aprendizaje
cobra un interés fundamental. El mismo es
definido como la capacidad de adaptación al
medio ambiente. Para esta autora, de la
misma manera que las redes neuronales
son flexibles, los procesos relacionados con
el aprendizaje también lo son. La flexibilidad
y la adaptación destacan en importancia,
siendo entonces de interés de qué forma el
estudio de la metacognición ayuda a
comprender esta idea de aprendizaje y sus
características.
En los años setenta Flavell propone el
concepto metacognición. Este enfatiza las
propiedades del prefijo meta (sobre, o más
allá, o más arriba), aludiendo a la capacidad
de pensar sobre el pensamiento (Flavell,
1976, 1979) o de una cognición sobre la
cognición (Flavell, 1992; Wellman, 1985). La
metacognición, por tanto, consiste en el
monitoreo, regulación y orquestación de los
procesos cognitivos al servicio de una meta
u objetivo (Flavell, 1976).
La metacognición, entonces, ha tomado una
presencia cada vez más importante en el
mundo educativo ya que supone analizar
cómo aprende el alumnado (Perry, Lundie y
Golder, 2019). Consiste en conocer las
estrategias de aprendizaje que utiliza el ser
humano y en base a ellas poder emplear un
diseño didáctico en consonancia. También
supone conocer qué estrategias son
eficaces y útiles y qué otras no lo son tanto.
En este sentido, la promoción de aque-
llas metodologías que llevan a aprender
haciendo son introducidas de forma prio-
ritaria (Godhe, Lilja y Selwyn, 2019),
tanto para trabajar los procesos de
enseñanza-aprendizaje, como para com-
prender y mejorar la evaluación.
Para Dzib-Goodin (2013b), se empezó a
considerar el pensamiento flexible como
habilidad en el ámbito de la metacognición.
“Esa flexibilidad parece estar relacionada a
nivel bioquímico con la motivación, la cual
por supuesto va de la mano del proceso de
la memoria” (p. 23). Sin embargo, autores
como Ionescu (2012) entienden que la
flexibilidad es una propiedad cognitiva del
sistema y no una habilidad que se adquiera
en el entorno.
El aprendizaje, pues, está unido con la
cultura y a los distintos estímulos ambien-
tales. El ser humano está igualmente
preparado para producir respuestas por sí
mismo, las cuales de una manera flexible y
adaptada se manifestarán en habilidades
de aprendizaje social y culturalmente acep-
tables (Dzib-Goodin, 2013b).
En lo que respecta a la evaluación, la
perspectiva anterior permite entender con
Manríquez Pantoja (2012) que los cambios
de enfoques metodológicos y, asimismo,
objetivos de enseñanza y aprendizaje impli-
can, igualmente, modificaciones en los
métodos y criterios de evaluación, en
función no solo de los contenidos, sino
también de habilidades, destrezas y valores,
elementos fundamentales de esa cultura y
ambiente que pueden convertirse en
estimulantes y, como consecuencia de ello,
herramientas de la mente al servicio de
la persona. Conviene recordar que la
respuesta del organismo se centra en las
exigencias del entorno a las que debe de
dar respuesta.
desde las competencias se traducen en
nuevos roles profesor-alumno.
En este sentido, para Gil Ramírez (2018), el
rol del profesorado pasa por acompañar y
ayudar al alumnado a alcanzar las
competencias, además de aconsejar,
orientar, motivar, organizar situaciones de
aprendizaje, seleccionar recursos, ofrecer
andamiaje y potenciar las particularidades
del alumnado.
Así, las distintas capacidades presentes en
los individuos hacen que el aprendizaje
por competencias se realice desde la
singularidad de cada educando. Por ello,
aun disponiendo de los materiales nece-
sarios y las oportunas ayudas de parte del
profesorado, una de las claves en este plan-
teamiento es la disposición del alumnado
por aprender (Hope y Montgomery, 2016),
o, dicho de otro modo, la motivación que le
impulse a implicarse en el proceso de
autoformación, de trabajar autónomamente
y, también, la relación entre el tipo de
inteligencia y los estilos de aprendizaje de
cada individuo, como proponen Şener y
Çokçalışkan (2018).
El enfoque por competencias en el ámbito
universitario tiene distintos orígenes, uno
fundamentalmente norteamericano y otro
europeo. El primero se da a través de
DACUM, siglas en inglés del Developing a
Curriculum (Norton, 1987). El de origen
europeo conecta con el proyecto Tuning
(González y Wagenaar, 2003).
Según Martínez-González, López-Bárcena
et al. (2008, p. 159), el aporte del método
DACUM al campo educativo consiste en
que los profesores conocen muy bien su
trabajo, lo que implica que lo pueden
describir mejor que nadie. Una forma
efectiva de describir el trabajo docente es
detallar de forma minuciosa las actividades
Uno de los elementos más controvertidos
en el desarrollo de los procesos de
enseñanza-aprendizaje es, sin duda, la eva-
luación (Simons, 2013). La evaluación debe
realizarse durante todo el proceso de
enseñanza-aprendizaje y tomar en cuenta la
evolución del alumnado en la adquisición
del aprendizaje, desde las estrategias
empleadas para el estudio autónomo, la
participación en los equipos de trabajo, los
discursos empleados en el debate grupal,
los productos que vayan creando, las
anotaciones en el cuaderno de clase, prepa-
ración de exposiciones, pruebas cortas o
portafolio, etc.
De lo que se trata, en opinión de Mason et
al., (2018), es de que las estrategias de
evaluación sean apropiadas para los
objetivos de aprendizaje y las metas de
4. La evaluación del proceso de
enseñanza-aprendizaje
Las anteriores consideraciones pedagógi-
cas implican una nueva mirada de la
evaluación en los espacios universitarios,
con roles nuevos de profesorado y
alumnado. Por un lado, supone planificar la
evaluación estableciendo nuevos métodos o
sistemas de evaluación (autoevaluación;
evaluación entre iguales; coevaluación). Por
otro, es necesario revisar, mejorar e innovar
en evaluación de forma constante y
colaborativa para instaurarla como estrate-
gia docente que desarrolla el aprendizaje y
como proceso continuo, integral e integrado
en el aprendizaje.
La metodología empleada fue la propia de la
investigación descriptiva, consistente en
observar y describir los acontecimientos o
situaciones a investigar, en una aproxima-
ción inicial al fenómeno objeto de estudio: el
aprendizaje por competencias del alumnado
de segundo curso de Magisterio. La
asignatura se diseñó desde un enfoque
participativo, competencial, no memorístico.
El informe del Departamento de Didáctica y
Organización Escolar sobre el primer curso
de Magisterio y la observación de las dos
primeras semanas corrobaron la costumbre
del alumnado de consumir información para
reproducirla, no teniendo experiencias
educativas de otra índole que no fuese la
lectura del tema y su repetición. Las dos
primeras semanas fueron de observación
utilizando preguntas cortas de conceptos y
preguntas de desarrollo/aplicación práctica.
El alumnado tuvo dificultad en contestar
cuando las preguntas eran de desarrollo o
de aplicación práctica. Al presentar la
asignatura y las tareas que iban a ser
realizadas para desarrollar las compe-
tencias hubo desánimo. El uso del diálogo y
el debate entre iguales, profesor y
alumnado, tanto en pequeño como gran
grupo, fue la estrategia que permitió
implicarles a trabajar un aprendizaje más
allá de lo conceptual y perder el miedo a lo
desconocido. El punto de inflexión para su
implicación fue el anuncio del cambio de
formato de examen. Reconocieron que el
examen tipo test o de preguntas de
memorización les causaba estrés y que la
cantidad de información a estudiar no les
era útil. La asignatura de Innovación e
Investigación Educativa requería de un
enfoque competencial e innovador, dentro
del contexto donde se realizó la experiencia.
El trabajo metodológico en el aula consistió
en definir las tareas e instrumentos de
recogida de información que servirían para
evaluar las competencias y cómo se
realizaría la evaluación; hacer partícipe
al alumnado en la construcción de cono-
cimiento mediante el debate grupal y en
pequeño grupo; animando para que
expresaran lo que estaba pasando a través
de diversos formatos.
Desde el punto de vista de las herramientas
empleadas, su uso vino determinado por la
naturaleza de las competencias a desarro-
llar. Esto implicaba salir de las más
convencionales y adentrarse en otras,
conocidas ciertamente, pero menos fre-
cuentes. Entre ellas están el diario de
campo, las pruebas cortas y el ensayo, la
realización del proyecto de innovación, el
uso de la encuesta, la entrevista y la
triangulación.
Todas estas herramientas permiten de
forma descentralizada el registro de datos o
hechos que posteriormente pueden ser
analizados e interpretados. También permi-
ten recoger las opiniones de los autores,
cuyo contenido supone una forma en
particular de “ver el mundo”, en opinión de
Cerrón Rojas (2019).
Los proyectos de innovación educativa o la
triangulación son usados como verdaderas
formas de investigación en acción. Incluso
la triangulación, técnica que combina dos o
más perspectivas, modelos o métodos,
tiene la capacidad, ya sea por comple-
mentariedad o por contradicción, de dar
mayor precisión, alcance y riqueza al
análisis (Duque-Páramo, 2019). Por su
parte, la entrevista digital no estaba plani-
ficada, pero el alumnado sugirió la idea y el
proceso de recogida de información entre
ellos.
La intervención duró un cuatrimestre,
concretamente el primero (octubre a febrero
del curso 2018-2019). La misma se
desarrolló en la asignatura Innovación e
investigación educativa en Educación
Primaria, la cual pertenece al segundo año
del Grado en Magisterio Educación
Primaria, con un grupo-clase formado por
35 estudiantes, de los cuales 18 eran
mujeres y 17 hombres, en edades compren-
didas entre los 19 y 23 años. La asignatura
constaba de 12 temas. Semanalmente
había dos clases con todo el grupo para
desarrollar el temario y una clase de
pequeño grupo de carácter práctico, donde
se hacía desdoble. Un día había encuentro
con la mitad del grupo y, al siguiente, la otra
mitad de la clase. No hubo distinción en el
proceso de enseñanza-aprendizaje de los
pequeños grupos, puesto que la división se
hizo para optimizar la atención indivi-
dualizada de los equipos de trabajo.
Se hizo uso del aula ordinaria, el gimnasio,
el patio y los exteriores del centro para
desarrollar las clases. El desarrollo de la
autoevaluación, hetero y coevaluación tuvo
lugar durante ese primer cuatrimestre.