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CUADERNO DE PEDAGOGÍA UNIVERSITARIA | VOL. 19 NÚMERO 38 | PP 8 - 24
universidad, por medio de la escritura, supone la
adaptación a las maneras de organizar y desarrollar
el conocimiento (Lillis y Scott, 2007). Así las cosas,
desde el concepto de literacidad académica se
precisa la participación activa de todos los que
interactúan en una comunidad particular, y en
especíco en su cultura, discurso y comunicación
escrita (normas, convenciones, estructuras etc.) y
su materialización: los géneros discursivos (Russell,
2013).
Desde un enfoque sociocultural y crítico del
aprendizaje, se concibe la cultura escrita como un
hecho esencialmente sociocultural (Gee, 2015); y
desde los cuales se concibe la literacidad como
“una manera de usar la lectura y la escritura en el
marco de un propósito social especíco” (Zavala,
2009a, p. 23); es decir, es el modo de hacer uso
de la lengua, y por ende, otorgarle sentido en el
habla y en la escritura (Gee, 2004; Vich y Zavala,
2004), desde lo social y a partir de la interacción
interpersonal (Barton y Hamilton, 2004).
De este modo, en la investigación realizada por
Lea y Street (1998, 2006) enfocada en la escritura
en la educación superior, se explican tres modelos
de escritura de los estudiantes. El primer modelo,
denominado habilidades de escritura, relaciona
directamente a los aspectos superciales del
texto (gramática, sintaxis, acentuación, ortografía
y puntuación) con las competencias de la escritura;
y es un modelo centrado en lo cognitivo e individual.
Por su parte, el segundo modelo, la socialización,
señala que los estudiantes deben ser aculturados
en los discursos y géneros, y que, al adoptarlos, se
formarían escritores exitosos. Y el tercer modelo,
literacidad académica, explican Lea y Street (1998),
incorpora características de los modelos anteriores
ya que considera la complejidad y los alcances que
estos no contemplan, y además es el modelo que
más toma en cuenta la escritura de los estudiantes
en relación con las prácticas institucionales, las
relaciones de poder y las identidades.
Partiendo de esto, la escritura en la universidad es
un proceso complejo que media la construcción de
conocimiento y la comunicación dentro del ámbito
académico; su desarrollo inuye y se ve inuido por
la enseñanza y el aprendizaje. Al respecto, Navarro
(2021) señala que la escritura académica “se trata de
una tecnología semiótica compleja de construcción
de conocimiento y de comunicación mediata que
interviene en los procesos de enseñanza y de
aprendizaje, de comunicación y de evaluación, en
instituciones terciarias y universitarias” (p. 43). En
este sentido, desde lo pedagógico, se busca crear
dispositivos en los que la escritura se despliegue
explícitamente desde las disciplinas y a través del
currículum, y que converjan todas sus funciones:
epistémica (McLeod y Miraglia, 2001; Wells,
1990; Olson, 1998; Miras, 2000; Scardamalia y
Bereiter, 1992; Serrano, 2014; Craig, 2013), función
comunicativa y retórica (Bazerman et al., 2005;
Russell, 2002; Russell, 2013), crítica, habilitante y
expresiva (Navarro, 2021).
Los géneros discursivos académicos
En la universidad, los géneros discursivos, orales
o escritos, con los que los estudiantes interactúan,
tienen diversos propósitos, pero en su intención
amplia se advierten como artefactos fundamentales
en la formación académica. Los géneros que se
leen y se escriben son solicitados por los docentes y
están determinados por la disciplina en general y en
particular por cada área y asignatura del currículum.
De esta manera, se conciben como géneros
de formación por sus objetivos pedagógicos y
formativos (Navarro, 2021).
En la universidad se leen y escriben géneros
secundarios (Bajtín, 1990), pues son creados
en condiciones comunicativas complejas; por lo
tanto, se hace necesario orientar su enseñanza en
una didáctica basada en los géneros discursivos
(Navarro, 2018); lo que implica crear dispositivos
pedagógicos para enseñarlos de manera explícita
en cada asignatura. Esta atención en su enseñanza
parte de la diversidad de los géneros que se
producen en un área del conocimiento -como
señala Bajtín (1990, p. 248) “La riqueza y diversidad
de los géneros discursivos es inmensa, porque
las posibilidades de la actividad humana son
inagotables”-; y en efecto, cada disciplina maneja
y comparte una serie de géneros particulares y
tipicados y con cierta estabilidad, pero que son
desconocidos para los estudiantes de nuevo
ingreso.
De esta manera, cada género se vincula con una
situación discursiva particular, determinada por
la actividad social en la que emerge. Es así que