CUADERNO DE PEDAGOGÍA UNIVERSITARIA | VOL. 22 NÚMERO 43 | PP 163 - 179
171
Las críticas hacia este enfoque, provenientes de diversas corrientes pedagógicas y académicas,
señalaron sus limitaciones, entre ellas, la falta de un componente oral. Como indica Krashen (1982),
este factor comprometía el desarrollo de las habilidades necesarias para interactuar en situaciones
reales. Estas voces en contra se intensificaron, especialmente en las décadas de 1960 y 1970,
lo que llevó a la eliminación del método de gramática-traducción para la enseñanza de lenguas
extranjeras, en favor de técnicas que favorecieran las competencias comunicativas.
3.2. Enfoques estructurales
Después de la Segunda Guerra Mundial, el estructuralismo surgió como una corriente predominante
tanto en Europa como en Estados Unidos, impulsado por el auge y la creciente demanda de la
enseñanza de idiomas en este período. Esta corriente introdujo una variedad de métodos que se
centraban en el análisis sistemático de las estructuras lingüísticas y subrayaba la importancia de
los patrones formales en el proceso de adquisición de lenguas.
Entre las décadas de 1950 y 1970, el lenguaje comenzó a ser concebido como un sistema compuesto
por estructuras jerárquicas en diversos niveles —desde los sonidos (fonología) hasta la morfología y
la sintaxis, responsables de la formación y combinación de palabras en oraciones—. Este paradigma
se basa en las ideas del lingüista suizo Ferdinand de Saussure, quien
considera al lenguaje como un objeto doble donde cada una de sus partes no vale sino en
función de la otra, es decir, que las partes no valen por sí mismas ni por su realidad sustancial,
sino por el hecho de oponerse a otras. Saussure plasma este doble enfoque en la formulación de
dicotomías. Destacamos las siguientes: lenguaje/lengua, lengua/habla, significante/significado,
diacronía/sincronía, relaciones sintagmáticas/relaciones asociativas (Bigot, 2010, p. 44).
En función de lo anterior, Saussure (1945/2004) propuso que el lenguaje es un sistema de signos
en el que la relación entre el significante (la forma sonora o escrita) y el significado (el concepto)
es arbitraria, pero determinada por convenciones sociales; igualmente, distinguió entre lengua (el
sistema de signos compartido por una comunidad) y habla (el uso individual de ese sistema). Desde
esta perspectiva, la lengua es un sistema estructurado en el que cada signo adquiere su valor en
función de su relación con los demás elementos del sistema. Este enfoque fue clave para que, en
las décadas siguientes, los estudiosos comenzaran a ver el lenguaje no como una serie de hechos
aislados, sino como un conjunto de relaciones entre diferentes niveles estructurales, lo que influyó
en el desarrollo de la lingüística moderna (Viñas, 2002).
En el estructuralismo, la enseñanza de la literatura fue relegada a un segundo plano, dado que
dicho enfoque se centraba en que los estudiantes adquirieran un dominio de los aspectos formales
del idioma, tales como la gramática y la sintaxis, sin poner especial énfasis en las competencias
que la literatura podía ofrecer. Según Coseriu (1973), los textos literarios eran frecuentemente
considerados como elementos secundarios en el proceso de aprendizaje lingüístico, ya que se
percibían distantes de los objetivos prácticos y formales que caracterizaban a las prioridades de
este método de enseñanza.
Sin embargo, podemos decir que el análisis literario, dentro de la metodología estructuralista,
presenta un enfoque metódico para la comprensión de la obra literaria, ya que establece normas