CUADERNO DE PEDAGOGÍA UNIVERSITARIA | VOL. 22 NÚMERO 43 | PP 180 - 198
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Más adelante, se propone concebir la imagen como un texto, tomando como referencia la teoría
semiótica de Peirce y otros semiólogos, para establecer cómo la imagen se configura como un acto
discursivo, impregnado de significado. Para ello, se presentarán dos ejemplos, uno de fotografía y
otro de caricatura: el primero se centrará en un caso en Colombia, relacionado con las implicaciones
de una imagen que aborda tensiones como el racismo; el segundo examinará una caricatura en
Francia, que provoca ponderaciones sobre conflictos generados por la burla hacia una religión
específica. Ambos casos servirán para analizar cómo las imágenes pueden ser polifónicas y
polémicas. Finalmente, habrá una reflexión sobre el papel y la importancia de las imágenes, tanto
estáticas como en movimiento, en el contexto de una sociedad y un sistema educativo —escolar y
universitario— que, inmersos en un impetuoso flujo de imágenes, exigen una postura crítica.
Las imágenes como signos
Si las imágenes son recursos que resucitan el pasado y perduran en nuestra memoria, esto confirma
su naturaleza como signos. Del mismo modo, si las imágenes subsisten a lo largo del tiempo y
nos ayudan a evocar diversas formas de significado e interpretación, también pueden considerarse
signos. Es decir, cuando se convierten en representaciones metafóricas y simbólicas al capturar
la realidad desde diversas perspectivas de producción y percepción, adquieren la esencia de un
signo. Como afirman Peirce y Vericat (1988), “un signo o representamen es algo que, para alguien,
representa o se refiere a algo en algún aspecto o carácter” (p. 22). Las imágenes son artefactos que,
a través de sus procesos de interpretación, nos muestran directa o indirectamente cosas, personas
y paisajes, de modo que nos proporcionan pistas sobre los aspectos y características que influyen
en su interpretación. De ahí su condición potente de signo.
Peirce y Vericat (1988) identifican tres características fundamentales para comprender un signo,
como parte de la primera de las tres tricotomías de su teoría semiótica. En primer lugar, el signo
puede ser una mera cualidad en sí mismo, una entidad real o una ley general. En segundo lugar, la
relación del signo con su objeto puede basarse en que el signo posea algún carácter inherente, una
relación existencial con el objeto, o en su relación con un interpretante. En tercer lugar, el interpretante
puede percibirlo como un signo de posibilidad, un signo de hecho o un signo de razón.
Dentro de la teoría de Peirce, el representamen (signo) surge de las percepciones del objeto, a la vez
que existe una relación directa entre representamen y objeto. El objeto ofrece tres posibilidades para
su representación: el ícono, que representa al objeto a través de la semejanza, como un paisaje en
una pintura o la imitación del canto de un pájaro. El signo es, según Pierce (1953, como se citó en
García 2020) “algo que para alguien representa o se refiere a algo respecto a un aspecto o carácter.
Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o, tal vez, un
signo más desarrollado” (p. 66). El índice es un signo que se relaciona con el objeto a través de la
contigüidad, como el humo que indica la presencia de fuego en la distancia, mientras que el símbolo
se refiere al objeto mediante una convención, como las palabras.
En esta tríada de Pierce, el interpretante se vincula a los significados del signo; el interpretante revela
lo que se significa en el representamen, el cual a su vez representa al objeto. En este contexto, las
imágenes, al representar cosas, emociones y recuerdos, se convierten en signos, como eventos
textuales que actualizan el significado del objeto visual. Así, entonces, al ser eventos textuales en la
medida en que representan cosas, emociones o recuerdos, las imágenes son signos.