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a un sistema que no suele reconocer ni valorar saberes construidos en otros ámbitos: narrativas
familiares, prácticas orales comunitarias, conocimientos sobre el territorio, el trabajo, la espiritualidad
de pueblos indígenas o la vida cotidiana. Estos saberes, por ejemplo, no encuentran lugar en el
plan de estudios de Lenguaje, donde se prioriza el análisis de textos literarios canonizados o la
producción de textos académicos, mientras se ignoran formas de oralidad local, escritura creativa
o experiencias lectoras vinculadas a contextos no escolares. Así, las universidades, en ocasiones,
terminan privilegiando un tipo de cultura letrada que se ajusta a los intereses de ciertos grupos
sociales, mientras sigue reproduciendo desigualdades.
Este proceso de exclusión simbólica no es accidental ni neutral. Según Bourdieu (1990b), el sistema
educativo actúa como una máquina de reproducción social, en la cual el capital cultural se convierte
en un mecanismo de diferenciación social. Bernstein (1975), por su parte, complementa esta lectura al
argumentar que la transmisión del conocimiento en los ambientes académicos se estructura a través
de códigos que responden a modos de comunicación profundamente enraizados en las relaciones
de clase. En este sentido, las formas de enseñanza y evaluación favorecen lo que Bernstein (1975)3
llama “códigos elaborados”, que coinciden con las prácticas discursivas de las clases medias y altas.
Estos códigos, altamente formalizados y abstractos, se valoran dentro del espacio universitario,
mientras que los estudiantes que provienen de entornos menos privilegiados, donde predominan
“códigos restringidos”, son marginados en términos de reconocimiento académico.
Este enfoque crítico revela una paradoja fundamental: aunque el sistema educativo está llamado a
ser un espacio donde se forman sujetos críticos e igualitarios, en realidad reproduce y legitima las
desigualdades existentes. Los saberes que el sistema educativo valida no son neutros; por el contrario,
están inscritos en relaciones de poder que definen cuáles tipos de conocimiento son considerados
valiosos, determinados los mismos en ocasiones por las políticas de orden nacional e internacional y/o
la visión intersubjetiva de los docentes y el pénsum taxativo en el que se circunscribe la universidad.
La estandarización, al imponer una única forma de aprender y de expresarse, invisibiliza y deslegitima
las prácticas culturales de aquellos estudiantes que no han asumido el capital cultural dominante.
De este modo, la exclusión en el ámbito educativo no es simplemente una cuestión de acceso, sino
de las formas de saber y de expresión que son reconocidas como válidas. Según señala Bourdieu
(1990b), la evaluación serializada, lejos de ser una herramienta neutral, refuerza las desigualdades
porque evalúa a los estudiantes no en función de su capacidad de aprender, sino en términos de
su alineación con el acervo cultural prevaleciente. Por su parte, Bernstein (1975) agrega que este
proceso se manifiesta de la manera en que los currículos y las evaluaciones están diseñados,
para premiar las formas de comunicación de las clases altas, lo que convierte la educación en una
herramienta de exclusión para aquellos que no encajan en este modelo.
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3 El concepto de código se entiende como un principio regulativo tácitamente adquirido que selecciona e integra: a) significados
relevantes; b) la forma de su realización y c) contextos evocadores. El código restringido se caracteriza por girar alrededor de
significados dependientes del contexto, conceptos particulares y locales, mientras que el código elaborado sobresale por sus
significados más independientes del contexto, conceptos universales y menos locales. Estos últimos fueron considerados
como reguladores de un mayor rango de posibilidades combinatorias que los códigos restringidos, y sus alternativas sintácti-
cas fueron menos predecibles. Ninguno de los dos códigos es más importante que el otro, puesto que los dos permiten a los
hablantes poder interactuar con su entorno y satisfacer las necesidades de comunicación, simplemente que estas necesidades
para algunos son simples y para otros son más complejas (Londoño y Castañeda, 2011).